Ándele
1)
Como una carretilla de pedruscos
cayéndole en la espalda, vomitándole
su peso insoportable,
así le cae el tiempo a cada despertar.
Se quedó atrás, seguro, ya no puede
equiparar
las cosas y los días,
cuando
consigue contestar las cartas
y alarga
el brazo hacia ese libro o ese disco,
suena el teléfono: a las nueve esta noche,
llegaron compañeros con noticias,
tenés
que estar sin falta, viejo,
o es Claudine que reclama su salida o su almohada,
o Roberto con depre, hay que ayudarlo,
o simplemente las camisas sucias
amontonándose en la bañadera
como los diarios, las revistas, y ese
ensayo de Foucault, y la novela
de
Erica Jong y esos poemas
de
Sigifredo sin hablar de mil
trescientos
grosso modo libros discos y películas,
más el deseo subrepticio de releer Tristram Shandy,
Zama, La vida breve, El Quijote, Sandokán,
y
escuchar otra vez todo Mahler o Delius
todo
Chopin todo Alban Berg,
y en
la cinemateca Metrópolis, King Kong,
La
barquera María, La edad de oro —Carajo,
la carretilla de la vida
con carga para cinco décadas, con sed
de viñedos enteros, con amores
que inevitablemente superponen
tres, cinco, siete mundos
que debieran latir consecutivos
y en cambio se combaten simultáneos
en lo que llaman poligamia y que tan sólo
es el miedo a perder tantas ventanas
sobre tantos paisajes, la esperanza
de un horizonte entero—
2)
Hablo de mí, cualquiera se da cuenta,
pero ya llevo tiempo (siempre tiempo)
sabiendo que en el mí estás vos también,
y entonces:
No nos alcanza el tiempo,
o
nosotros a él,
nos quedamos atrás por correr demasiado,
ya
no nos basta el día
para vivir apenas media hora.
3)
El futuro se escinde, Maquiavelo:
el más lejano tiene un nombre, muerte,
y el otro, el inmediato, carretilla.
¿Cómo puede
vivirse en un presente
apedreado
de lejos? No te queda
más que
fingir capacidad de aguante:
agenda hora por hora, la memoria
almacenando en marzo los pagarés de junio,
la
conferencia prometida,
el viaje a
Costa Rica, la planilla de impuestos,
Laura que llega el doce,
un hotel para
Ernesto,
no olvidarse de
ver al oftalmólogo,
se acabó el
detergente,
habrá que
reunirse
con los que
llegan fugitivos
de Uruguay
y Argentina,
darle una mano a esa chiquita
que no conoce a
nadie en Amsterdam,
buscarle algún
laburo a Pedro Sáenz,
escucharle su
historia a Paula Flores
que necesita
repetir y repetir
cómo
acabaron con su hijo en Santa Fe.
Así se te va el hoy
en nombre de mañana o de pasado,
así perdés el centro
en una despiadada excentración
a veces útil, claro,
útil para algún otro, y está bien.
Pero
vos, de este lado de tu tiempo,
¿cómo vivís, poeta?,
¿cuánta nafta te queda para el viaje
que
querías tan lleno de gaviotas?
4)
No se me queje, amigo,
las cosas son así y no hay vuelta.
Métale a este poema tan prosaico
que unos comprenderán y otros tu abuela,
dése al menos el gusto
de la sinceridad y al mismo tiempo
conteste esa llamada, sí, de acuerdo,
el jueves a las cuatro,
de
acuerdo, amigo Ariel,
hay
que hacer algo por los refugiados.
5)
Pero pasa que el tipo es un poeta
y un cronopio a sus horas,
que a cada vuelta de la esquina
le salta encima el tigre azul,
un nuevo laberinto que reclama
ser relato o novela o viaje a Islandia,
(ha de ser tan traslúcida la alborada en Islandia,
se dice el pobre punto en un café de barrio)
Le debe
cartas necesarias a Ana Svensson,
le debe un
cuarto de hora a Eduardo, y un paseo
a Cristina,
como el otro
murió
debiéndole a Esculapio un gallo,
como Chénier
en la guillotina,
tanta vida
esperándolo, y el tiempo
de un
triángulo de fierro solamente
y ya la nada.
Así, el absurdo
de que el
deseo se adelante
sin que
puedas seguirlo, pies de plomo,
la recurrente
pesadilla diurna
del que
quiere avanzar y lo detiene
el pegajoso
cazamoscas del deber.
la rémora del diario
con las noticias de Santiago mar de sangre,
con la muerte de Paco en la Argentina,
con la muerte de Orlando, con la muerte
y la necesidad de denunciar la muerte
cuando es la sucia negación, cuando se llama
Pinochet y López Rega y Henry Kissinger.
(Escribiremos
otro día el poema,
vayamos ahora
a la reunión, juntemos unos pesos,
llegaron
compañeros con noticias,
tenés que
estar sin falta, viejo.)
6)
Vendrán y te dirán (ya mismo, en esta página)
sucio individualista,
tu obligación es darte sin protestas,
escribir para el hoy para el mañana
sin nostalgias de Chaucer o Rig Veda,
sin darle tiempo a Raymond Chandler o Duke Ellington,
basta de babosadas de pequeñoburgués,
hay que luchar contra la alienación ya mismo,
dejate de pavadas,
elegí entre el trabajo partidario
o cantarle a Gardel.
7)
Dirás, ya sé, que es lamentarse al cuete
y tendrás la razón más objetiva.
Pero no es para vos que escribo este prosema,
lo hago pensando en el que arrima el hombro
mientras se acuerda de Rubén Darío
o silba un blues de Big Bill Broonzy.
Así era
Roque Dalton, que ojalá
me mirara
escribir por sobre el hombro
con su
sonrisa pajarera,
sus gestos
de cachorro, la segura
bella
inseguridad del que ha elegido
guardar la
fuerza para la ternura
y
tiernamente gobernar su fuerza.
Así era el
Che con sus poemas de bolsillo,
su Jack
London llenándole el vivac
de
buscadores de oro y esquimales,
y eran
también así
los
muchachos nocturnos que en La Habana
me
pidieron hablar, Marcia Leiseca
llevándome
en la sombra hasta un balcón
donde dos
o tres manos apretaron la mía
y bocas
invisibles me dijeron amigo,
cuando
allá donde estamos nos dan tregua,
nos hacen
bien tus cuentos de cronopios,
nomás
queriamos decírtelo, hasta pronto—
8)
Esto va derivando hacia otra cosa,
es tiempo de ajustarse el cinturón:
zona de turbulencia.
Nairobi, 1976